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Miguel, que llegó a pesar 167, acudirá a una de las pruebas más duras del planeta
Miguel era, sin paños calientes, gordo. Cuando tenía 27 años superaba muy ampliamente los cien kilos, después de una juventud de subidas y bajadas de peso. No lo querían en la mili por obeso, pero suplicó que le ratearan tres kilillos para poder hacer el servicio militar, donde adelgazó. Este medio barcelonés y medio motrileño se casó y se relajó. Era guapetón y Montse, su mujer, no le decía nada del peso, así fue subiendo hasta alcanzar los 167 su tope, que los llevaba a gala a sus treinta y pocos años. «No me veía gordo, en serio. Bebía mucha coca-cola, me encantaban las patatas fritas... si encartaban cervezas, iba, si encartaba 'macdonald', también», recuerda Miguel que se comía una barra de pan cuando había terminado de almorzar, con mojeteo.
Miguel González Pascual es mediador de seguros titulado y se dio cuenta de que su vida tenía que cambiar cuando con sus trajes de hasta la talla 66, en un bloque alto sin ascensor, se tuvo que sentar un rato en un escalón antes de ponerse a vender seguros. «Yo siempre me ponía a régimen los lunes... eso es lo que decía, pero pensar en una dieta me daba más ansiedad, hasta que un día dije... hasta aquí, no empiezo mañana: empiezo hoy». Y en un segundo, como cambian todas las vidas, la de Miguel, cambió. Él mismo trazó su estrategia armado con la fuerza de voluntad que le caracteriza: redujo cantidades y usando platitos pequeños y no haciendo bestialidades dejó atrás 32 kilos. En ese preciso momento descubrió que el esfuerzo merecía la pena y que se quería deshacer de su cama reforzada con ocho patas o de los viajes a Málaga para buscar súper tallas. Estancado en los 135 kilos, Miguel supo que tenía que pegarle al deporte si quería seguir rebajando. Además le empezó a gustar... tanto que hoy no es ningún sacrificio madrugar y echar a correr un buen puñado de kilómetros. Pero volvemos a su época de obeso donde comenzó yendo al gimnasio -«hacía aerobic con las mujeres», recuerda entre risas- o a correr en dirección a la playa. Como estaba gordo, le dolían los riñones al correr «porque se me movían los maceteros», dice Miguel con su sentido del humor señalándose a la zona del flotador.
Entonces fue cuando este motrileño descubrió una de sus cualidades: la resistencia. La capacidad de frenar la mente y correr un kilómetro más sin desfallecer. Miguel se enganchó al deporte y seguía comiendo sin excesos pero con pequeños dispendios que jamás ha dejado. «Antes comía bolsas grandes de patatas fritas, ahora bolsas de las chiquitillas y las 'herraduras' de la pastelería el Molino, me encantan y algún domingo cae alguna», relata.
El descenso de peso continuó con algunas 'estancaeras' como Miguel las llama, en los 110 kilos y en los 98 que pesa actualmente. Con ese peso, tiene un aspecto físico estupendo porque mide 1,88 pero quiere seguir perdiendo gramos.
A por el 'ultraman'
A sus 42 años, quiere seguir haciendo deporte y es que Miguel González, con ese pasado de kilos, se ha inscrito en la prueba deportiva de resistencia más dura del planeta: el 'ultraman' de Gales, donde solo participan quince deportistas -seleccionados por currículum por la organización- y de esos, solo cuatro españoles, entre ellos el motrileño. Es un reto de locos, para el que Miguel se preparará durante todo el año con un entrenamiento severo. En tres días - el próximo septiembre- realizará 519 kilómetros a nado, corriendo o montado en su bici. Después de participar en la 'ironman' de Barcelona, 101 de Ronda y numerosas maratones, Miguel ha comprobado que tiene aguante. También, que jamás juzga a nadie, aunque en una carrera adelante a alguien con sobrepeso. Para ir a Gales, Miguel, está vendiendo mecheros y sorteará hasta una bicicleta para sacar dinero ya que ir le costará mínimo 3.000 euros. Además optará a una beca y recibe el respaldo de empresas de la zona. «Por favor, pon que quiero agradecer el apoyo a mi familia, a mi mujer, a mis patrocinadores, a la alcaldesa, al concejal de Deportes y a todos los que me han votado para tratar de conseguir la beca», dice Miguel agradecidísimo.
También se acuerda de sus compañeros con los que sale a correr y quiere lanzar un mensaje muy especial a las personas obesas para que su historia les sirva de acicate. «Se lo digo a alguna persona gordita que veo en el gimnasio: no te preocupes, que se los kilos se pierden, mira cómo estaba yo», dice este deportista semiprofesional que aún sigue teniendo en su nevera una foto de cuando estaba gordo con un mensaje amenazante para que no coma porquerías, escrito a boli sobre su retrato.
«Comiendo menos, haciendo deporte, con esfuerzo y con el apoyo de los suyos lo van a conseguir», anima Miguel a los que tengan sobrepeso y quieran cambiar su vida. Él se siente un ya un campeón, no solo porque un día en la Alpujarra ganase un concurso de comer flanes -que todo hay que decirlo- si no porque se ha superado y ha conseguido ser quien quería. Ahora tiene el reto por delante del 'ultraman', pero él tiene un sano objetivo: «Yo voy como siempre, a terminarla. Soy un finisher». Y un ganador.
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